Los quince
minutos de Ramos Allup
RICARDO COMBELLAS | EL
UNIVERSAL
De las intervenciones en el inicio del
"Diálogo con Justicia por la Paz", realizado la noche del pasado
jueves 12 de abril, algunas de ellas brillantes, fundamentalmente las de los
dirigentes de la oposición democrática, me impresionó de manera particular la
del Secretario General de Acción Democrática, Henry Ramos Allup. Fueron quince
minutos cautivantes por el sentido de la oportunidad y la pertinencia de sus
palabras. Conste de entrada que siempre he adversado a Acción Democrática,
independientemente de que le reconozca su papel crucial en la fundación de la
democracia venezolana y en la construcción de la nación, sobre todo gracias a
la huella de líderes de la talla de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Luis
Beltrán Prieto Figueroa y muchos otros, cuya valoración histórica positiva es
hoy innegablemente aceptada por la inmensa mayoría de nuestros compatriotas.
Conozco a Ramos Allup personal pero fugazmente. Alguna vez me lo presentó mi
admirada amiga Isabel Carmona, y salvo cortos intercambios de ideas, es muy
poco lo que conservo de una relación tan tenue. Nuestros oficios son distintos
y la vida en la azarosa Venezuela nos ha llevado por caminos separados y hasta
contrapuestos.
Pero no conocerlo no significa no seguirlo en su trayectoria política, la pública y trasparente, que se manifiesta en charlas, mítines, reuniones abiertas, las que cubren los medios, y también en lo que de puño y letra se escribe, esa forma tan radicalmente humana, "el estilo es el hombre", en que se revelan las capacidades y debilidades de los seres humanos. Ramos Allup es polémico, controversial, de rico vocabulario con uso diestro de la metáfora, amigo del combate político, pero además, y aquí deseo enfatizarlo, algo raro en nuestra clase política, sobre todo en los jóvenes dirigentes que emergen en la actualidad, reforzados sus argumentos por ideas de alto calibre intelectual. En la mencionada reunión de Miraflores citó con pertinencia a Lenin y Gramsci, como lo ha realizado en otras ocasiones con autores de relieve (el caso de Gentile respecto al fascismo), síntoma de lecturas comprensivas donde armoniza la teoría y la praxis.
No soy dado a elogios zalameros, menos en una edad como la mía donde empieza a cundir si no el pesimismo si el escepticismo, y lo digo por la inteligencia con que Ramos Allup manejó cuatro conceptos clave del léxico político (revolución, socialismo, hegemonía y unión cívico militar) y los clavó mortíferamente sobre el corazón del régimen chavista. Con pocas pero poderosas palabras, inteligentemente presentadas, desarmó y desenmascaró un régimen, que de una manera caprichosa y hasta vil en ocasiones, ha maltratado el texto fundamental de la República, nuestra Constitución republicana, por sobre todo la que bauticé en su momento como el escudo de nuestras libertades. Además lo hizo Ramos Allup en un lenguaje llano y pedagógico que cautivó no sólo a las mentes ilustradas, sino también al común de los ciudadanos que apreciaron en grado sumo favorablemente el tenor de su verbo, como lo recogieron la multitud de parabienes que corrieron raudos esa noche y el día siguiente por las redes sociales.
La experiencia parlamentaria, tan importante como lo es en la trayectoria de un político, sobresale en los hombres que conducen el diálogo, sea cual sea su resultado, y que tiene en la actualidad dos pilares en las figuras de Ramón Guillermo Aveledo y Henry Ramos Allup. Es la mejor escuela, una pasantía valiosísima para todo político que se precie, pues allí se aprende a argumentar, a tener paciencia, a deliberar, a organizar y utilizar con pertinencia las ideas, a persuadir, en suma una escuela de democracia, la mejor escuela de democracia, el antídoto por excelencia en la antropología política para combatir el autoritarismo.
¡Cuánto añoramos el debate libre y abierto de ideas!, pues hasta nostalgia abrigamos dada la hora negra del parlamentarismo que se experimenta en el régimen que nos gobierna. Ramos Allup nos rememoró su importancia. Ese solo hecho nos hará recordar por mucho tiempo sus quince minutos de sabiduría política.
ricardojcombellas@gmail.com
Pero no conocerlo no significa no seguirlo en su trayectoria política, la pública y trasparente, que se manifiesta en charlas, mítines, reuniones abiertas, las que cubren los medios, y también en lo que de puño y letra se escribe, esa forma tan radicalmente humana, "el estilo es el hombre", en que se revelan las capacidades y debilidades de los seres humanos. Ramos Allup es polémico, controversial, de rico vocabulario con uso diestro de la metáfora, amigo del combate político, pero además, y aquí deseo enfatizarlo, algo raro en nuestra clase política, sobre todo en los jóvenes dirigentes que emergen en la actualidad, reforzados sus argumentos por ideas de alto calibre intelectual. En la mencionada reunión de Miraflores citó con pertinencia a Lenin y Gramsci, como lo ha realizado en otras ocasiones con autores de relieve (el caso de Gentile respecto al fascismo), síntoma de lecturas comprensivas donde armoniza la teoría y la praxis.
No soy dado a elogios zalameros, menos en una edad como la mía donde empieza a cundir si no el pesimismo si el escepticismo, y lo digo por la inteligencia con que Ramos Allup manejó cuatro conceptos clave del léxico político (revolución, socialismo, hegemonía y unión cívico militar) y los clavó mortíferamente sobre el corazón del régimen chavista. Con pocas pero poderosas palabras, inteligentemente presentadas, desarmó y desenmascaró un régimen, que de una manera caprichosa y hasta vil en ocasiones, ha maltratado el texto fundamental de la República, nuestra Constitución republicana, por sobre todo la que bauticé en su momento como el escudo de nuestras libertades. Además lo hizo Ramos Allup en un lenguaje llano y pedagógico que cautivó no sólo a las mentes ilustradas, sino también al común de los ciudadanos que apreciaron en grado sumo favorablemente el tenor de su verbo, como lo recogieron la multitud de parabienes que corrieron raudos esa noche y el día siguiente por las redes sociales.
La experiencia parlamentaria, tan importante como lo es en la trayectoria de un político, sobresale en los hombres que conducen el diálogo, sea cual sea su resultado, y que tiene en la actualidad dos pilares en las figuras de Ramón Guillermo Aveledo y Henry Ramos Allup. Es la mejor escuela, una pasantía valiosísima para todo político que se precie, pues allí se aprende a argumentar, a tener paciencia, a deliberar, a organizar y utilizar con pertinencia las ideas, a persuadir, en suma una escuela de democracia, la mejor escuela de democracia, el antídoto por excelencia en la antropología política para combatir el autoritarismo.
¡Cuánto añoramos el debate libre y abierto de ideas!, pues hasta nostalgia abrigamos dada la hora negra del parlamentarismo que se experimenta en el régimen que nos gobierna. Ramos Allup nos rememoró su importancia. Ese solo hecho nos hará recordar por mucho tiempo sus quince minutos de sabiduría política.
ricardojcombellas@gmail.com
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